
Brasil, un país enamorado de todo lo superlativo, recibió a Madonna a lo grande este sábado por la noche. Nunca antes la reina del pop había actuado ante una multitud tan colosal —1,6 millones de personas, según las autoridades locales— como la que reunió para un concierto gratuito en la playa de Copacabana, en Río de Janeiro, convertida en una monumental pista de baile.
Ha vendido más que ninguna otra artista (330 millones de álbumes), ha parido un buen número de temas super ventas que suenan en medio planeta e inventó esta especie de ópera pop, un show musical gigante con lenguaje teatral.
Fue una noche mágica a 24 grados —un calor impropio para esta época— que clausura una gira que arrancó en octubre —con retraso por una grave infección bacteriana con estancia en la UVI incluida— y que la ha llevado a 15 países de Europa y Norteamérica. La artista se echaba por primera vez a la carretera sin nuevo disco para celebrar sus cuatro décadas de carrera con sus fans, muchos de los cuales ni habían nacido cuando en los ochenta despegó una trayectoria irrepetible
Junto a sus fans más fieles de la comunidad LGTBI, que la tienen en un altar desde los terribles tiempos del sida, Copacabana recibió una multitud compacta de lo más variopinta, incluidas familias con niños, abuelas y abuelos.
Y como este es un país muy desigual, cerca, pero bien separados, varios miles de VIPS, invitados por los patrocinadores, un banco, una empresa cervecera, el Estado de Río y la ciudad.
El de Madonna, aunque gigante, no es el concierto más multitudinario de Copacabana. Rod Stewart congregó a 3,5 millones de personas en 1994, un show que, como les encanta recordar en Brasil, entró en el Guinnes como el mayor de todos los tiempos. Pero también el brasileño Jorge Ben Jor (tres millones en 1993), los Rolling Stones (1,5 millones en 2006) han reunido públicos descomunales en la gran playa carioca.